16 octubre 2007

Cumbia para un museo***

Para juntar bufeos colorados, travestis orgullosos, asesinos inclementes y atardeceres inolvidables le basta un pincel. Para salvarse de la nostalgia están las rosas, los corazones, las sirenas, Sarita Colonia y Lala, su novia. Para verse al espejo Christian Bendayán tiene la selva, cubierta en paños fosforescentes. Sus ojos se pierden cada vez que recuerda cómo salió de Iquitos, en medio del ayahuasca y los baños en el Amazonas.


“These glory days can take their toll, so catch me now before I turn to gold. Yeah we'd love to hear your story just as long as it tells us where we are --that where we are is where we're meant to be”.
Pulp

Christian es el personaje principal en todas sus pinturas. Es un bufeo. También un niño, una santa o su propio gemelo. Es a él a quien rodean los enfermos y, en especial, las mujeres.
-- Soy tan machista que no pinto hombres; el único hombre al que voy a pintar es a mí –afirma con seguridad de montaraz.
El detalle de aquel machismo nos mira en pinceladas toscas o trazos rectos y verticales. Mientras menos sensual la figura, mayor todavía su machismo. Aunque prefiere entenderse viril. Por no parecerle atractiva, Christian desprecia la estética masculina. En cambio, se busca a sí mismo como el personaje principal de sus pinturas. Hasta que uno encuentra que pintó a un hombre con mayor protagonismo que él. Es Luis Cueva Manchego, Lu.Cu.Ma., un fratricida a los catorce años, con varios descuartizamientos en su haber, que después se volvió pintor y muralista y religioso y solitario y sobreviviente en la cárcel. Tiene una cara inconfundible de cantante tropical. Por eso Christian pintó a Lu.Cu.Ma. por encima del personaje Bendayán. Porque si Christian viviese en el mundo bajo la ética de sus pinturas, sería Luis Cueva Manchego. Entonces Luis Cueva Manchego es un Bendayán, pero en la vida real.

Su ego es tan grande que el resto de hombres deben ser homosexuales y travestis para ganar dignidad en su pintura. “Si la relación hombre–mujer está marcada por la demanda de diversión del primero y la necesidad de amor de la segunda, la relación entre homosexuales aparece como más ‘cómplice’, menos posesiva, más respetuosa”, advierte el sociólogo Gonzalo Portocarrero. Los primeros travestis que pintó venían de su imaginación. Hasta que conoció a la Pablo, andrógino y deslumbrante a sus 16 años, tantas veces reina de belleza en los huariques de la amazonía. Modeló para Reina sin corona, un personaje intenso y desprotegido recostado en un limbo rosa. Christian es famoso entre los gays de Iquitos. Pintó orgullo en un grupo al que sólo se le concede la vanidad. Le dio color a la vergüenza e hizo fosforescente la clandestinidad. Daba publicidad a los peluqueros gratis. Christian ya no se corta el pelo con los travestis de Iquitos. Ahora lo hace en Lima y donde una mujer.

El disco Obsequio, de Rafo Raez, está decorado con rojos de bufeos y colas de sirenas. Dosis de una idea que dejó de gustar a Christian, como tantas otras, en el camino de su arte. Suele atraerle más la idea en su cabeza que la que empieza a dibujar, por eso no duda en abandonar un cuadro. Le es difícil terminar lo que empieza y más aún hacerlo puntual. Para la inauguración de Cristiano, su exposición antológica del 2004, la gente lo esperaba en la Casona de San Marcos y el transporte en la puerta de su casa, pero él seguía retocando Y yo reinaré. Quería darle perfección a un Divino Niño hecho a la semejanza del sobrino de su novia, quién, según dicen, más parece un pequeño demonio. Pero la historia de la tapa del disco Obsequio empieza en el Amazonas y siendo un cómic. Es el Idilio Salvaje entre un delfín y una sirena que flirtean en una moto, recorren discotecas y pasan por la cama. Al regresar al agua, ella se queda enganchada en las ramas de un árbol sin hojas. Mientras, él toca el saxo en un río de árboles secos. Ambos se encuentran finalmente en el cielo, convertidos en nubes que sólo la selva puede acoger. Lo que quedó de esta historia son siete cartulinas pintadas a lápiz en una galería a la que también llegó tarde. Lala, su novia, es el rostro sobre la cola de la sirena.

Una pintura de Lala está en la sala de la casa ambos, dibujada sobre una orilla roja, con pezones de caracol y un letrero que dice siempre juntos. La ha retratado muchas veces desde que se conocieron en el año noventa. Se escapaban para gastarse el dinero de las clases de Christian, por eso duró sólo un mes en la Católica y otro en Bellas Artes. Las demás mujeres son para Christian mariposas que vuelan alrededor de su sirena Lala. Aunque Lala se convirtió en mariposa temporalmente en el 2000, cuando se separaron. Tres años después la pintó llorando sangre con alas amarillas y una nota que decía Adiós. Volvieron el año pasado y ella cuenta que nunca perdieron la comunicación durante el tiempo en que él paseaba por la selva, su otro gran amor. Entre Lala y la selva, los lienzos y los óleos no son una celestina. Las pasiones indecentes de la pintura de Christian, la selva que las ambienta, dadas las nostalgias y deseos que despierta, no se han llevado bien con Lala. Sin embargo, Christian ha logrado juntarlas varias veces.
-- Amo tanto a Lala como a la selva, pero las amo a ambas contra mi sano juicio –afirma con una artificiosa cita del cineasta Herzog.
***
Su papá recogía los cuadros que, de pequeño, Christian dejaba incompletos y los terminaba. Le ponía cabeza a sus figuras decapitadas. Al tiempo, sin que nadie lo supiera, aparecían en su oficina. Teddy Bendayán tenía un poco de poeta y otro poco de pintor. Sabía que su hijo era más artista que él, pero no aguantó, alguna vez, las ganas de pedirle el pincel para retocar una obra. En su casa había un televisor de plástico con una cascada en la pantalla y luces de juguete. También esa horrible calata de cemento que mandó a poner junto a la escultura de la Virgen María. En el almacén del tercer piso, a sus ocho años, Christian se atrincheró con los baldes que sobraron cuando pintaron su casa de verde, amarillo, marrón y un blanco humo para el cielo raso. Entonces descubrió, con fascinación científica, que el esmalte es de aceite y el latex de agua. La mezcla imposible sobre el triplay fue el fondo desenfocado de su primera obra: un jinete y su caballo.

Doña Manuelita Zagaceta, su mamá, lo puso en clases de pintura desde niño. Como todos cosían en su casa, Christian se volvió prolijo dibujando figuritas en las tiras de tela que quedaban.
-- Bordar es pintar pero con aguja –dice el artista.
Cuando Christian quería para sus pinturas un marco, de la madera que sea, pona o palisangre, Doña Manuelita se lo concedía. La señora, dueña del colegio Corpus Christi en Iquitos, le hacía todos sus caprichos. A los cinco años, cuando viajó con sus cuatro hijos en bus desde Pittsburgh hasta Miami, regresando de la maestría en Antropología de don Teddy, compró a Christian una caja de colores que lo dejó inmutable las 36 horas. Doña Manuelita también lo apoyó cuando a los once años Christian fundó el semanario Luz Infantil, con Michelle, Toñito y otros amigos del barrio. Escribían a máquina juntos, madre e hijo, sobre el esténcil para el mimeógrafo del colegio, y en el encabezado firmaban Christian - Director. El semanario duró cuatro meses, pero recién a fines de los ochentas el pintor deja de firmar como Christian y cada cuadro suyo pasa a ser un Bendayán.

Bendayán suena ahora a Juaneco y Chacalón muertos de la nostalgia, a Cafeta Cuba en procesión con La Sarita, Héctor La Voe y Lucha Reyes cantando cumbias a dúo. Pero le gusta también Pulp, The Clush y Pink Floyd. Christian descubrió el rock en Radio Amazonas, la emisora de su papá en Iquitos, cuando tenía cerca de doce años. A los catorce ya era locutor su propio programa, Clásicos del Rock. A él y a sus amigos les encantaba conversar con don Teddy, cuya mezcla de erudición y huachafería era más que llamativa. Sin él y doña Manuelita, con la promoción que le hacían en la alta sociedad iquiteña o las colectas que organizaban con los vecinos para una exposición, Christian no hubiera salido del río. No bastó que viva en Lima toda la secundaria ni que lo expulsen del colegio Héctor de Cárdenas por fumar marihuana, para que termine de salir del útero de su familia. Fue recién cuando su padre enfermó, en 1999, que Christian empieza a despojarse de su protección. Con la exposición Edén, Christian estaba por enlutarlo. Incluso visualmente se reconoce el despegue en su siguiente individual.
-- Sepulto a mi padre en Tropical. –cuenta.
Es ese año cuando negocia sólo, por primera vez, con una galería.

***
A Puchín lo conoció siendo éste barman de Don Félix, un bar que años más tarde se convertiría en la ONG La Restinga y que ambos fundaron para dar oportunidades a través del arte a los niños de la calle. A partir de 1994, Puchín pone ante los ojos de Christian un ambiente bohemio y limeño que era “más o menos a lo que aspiraba”. Por esos meses, tendría la primera exposición de su vida: Un pueblo sin tiempo. En Iquitos vivía el éxito y en Lima sus amigos disfrutaban de mucha droga.
-- Christian materializó las ideas de todos ellos –explica Lala, sobre la promoción de Puchín.
La mayoría eran estudiantes de comunicación de la Universidad de Lima y sentían apego por este charapita como cinco años menor, que tenía la peculiaridad de hacer visual sus curiosidades por lo popular, lo extravagante y lo chicha. Es a través de estos nuevos amigos que Christian saca punta a una sordidez que hasta ese momento sólo le hacía cosquillas. Y en febrero del ‘96, de vuelta a Iquitos, llama a su segunda individual Vírgenes, putas y travestis.

En Iquitos, un capricho de la naturaleza ha hecho que el río Itaya reemplace al Amazonas frente al boulevard. Entre los locales que acompañan en fila las calles de loza y los faroles, el Arandú era, en 1996, el bar favorito de Christian y sus amigos iquiteños. Aquel ambiente lo regresó al compañerismo y la libertad que no sentía desde una adolescencia que extrañaba. Entre la juerga y la experimentación, llegó al misticismo del ayahuasca, una liana alucinógena de nuestra tradición peruana, y regresó de esa aventura con malaria. Hasta entonces, sus azules o sus rojos eran relativamente sobrios.

El padre Maurilio de Iquitos le había pedido que pintase un Fray Martín. Pero recompuesto de la malaria, Christian lo transformó en una sirena enjaulada, rodeada de cerveza y lujuria. Ámame proyecta el dolor de alguien que no sabe cómo escaparse de la malicia a la virtud. Ya no había marcha atrás. El nuevo Bendayán estaba entre dos palabras difíciles: abigarrado y bizarro. Y para organizar Los Pecadores, tuvo que hacer un pollada cultural en el colegio de su mamá. Otra vez en el Arandú, con amigos capaces de trepar el asta de una bandera por una caja de cerveza. Esta nueva exposición ya dejaba relucir, hasta en el nombre, las reminiscencias de la culpa y los goces de la euforia. Inclusive, una reconciliación urgente con Lala, entre los montes de la selva central, atravesaba las emociones a Christian. Un Corazón Berraco se alistaba para Lima. Su cuarta exposición.

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Días de Gloria

Hay ocasiones en las que ningún pensamiento interrumpe la alegría. Uno trata de remar contra la tarde para que el tiempo no pase. Con los años, lo que se evoca no son acciones, sino una breve sensación irrepetible. Una luz que se resiste a morir, una huella tatuada en la memoria, una nostalgia que asfixia. El Amazonas. Son los amigotes con que se escapaba Christian cuando estaba en el colegio San Agustín de Iquitos para coger una chalupa o una canoa y nadar hasta el anochecer. Por muchos años, ya con varias exposiciones en su haber, Christian insistió a sus amigos en ir al río a pasear, tratando de encontrar esos instantes de jolgorio. Cuando por fin se dio cuenta que no regresarían, decidió pintar Días de Gloria. La foto nunca tomada de los niños jugando en la canoa tiene un hiperrealismo que, sin embargo, no ha podido hacerse real. Aunque en cada color, en cada gesto sutil, está esa breve sensación traída de vuelta a la que Christian trata de encontrar un nombre.
-- Se llama felicidad.
-- Así es –responde con la mirada perdida en la pared.

“Nunca los homosexuales, travestis, peluqueros de la periferia se mostraron tan feos pero a la vez tan cálidos en sus disfuerzos y su fingida feminidad. Nunca las prostitutas, los delincuentes, los adolescentes de rostros famélicos y pantalones holgados adquirieron una existencia trascendente, cotidiana. Nunca un quinceañero y una rosa fueron tan militantemente grotescos. Nunca los presidiarios se parecieron tanto a chicheros como Tongo y Chapulín el dulce. Nunca Iquitos se desnudó en toda su huachafería y, sin embargo, se concibió tan real”, escribe Paco Bardales, un escritor amigo y paisano de Christian, en un resumen de su obra difícil de igualar. Ya no quiere universalizar su pintura, representar todo el Perú en un tono fosforescente o en una frase exótica. Pero se sabe encaminado por la senda que es políticamente correcta, formalmente deseable, entre los pintores exitosos. Su rebeldía es sencilla pero atrevida en Lima, a la par del reconocimiento público. Está aprendiendo a combatir las ganas de regresar a su río en forma de bufeo con la mejor de las técnicas: dibujando al bufeo.

Nostalgia y ambigüedad. La selva y Lala, libertad y disciplina, euforia y culpa, lo romántico y lo sórdido, lo chicha y lo formal, el muchacho Christian y el pintor Bendayán. Así se resume la nebulosa de su futuro y la contundencia de su pasado. En Atardecer, una ventana está llena de círculos de concreto que se repiten fatigosamente, obstruyendo la visión de un atardecer exacto y rojo. Uno no sabe por dónde meter la mano para alcanzar la mansedumbre del río, la paz de su viento, el olor de la orilla verde. Al fondo, detrás de la ventana, está el mundo donde Christian huicapeaba mangos con una piedra para comérselos. Unos días de gloria más, por favor, parece repetir cada orificio del cuadro.

Atardecer

***Esta crónica es de julo de 2006.
Mayor información en:

13 septiembre 2007

I Coloquio: Exoneraciones, incentivos y beneficios para la Amazonia

Balance y Perspectivas para la Región Ucayali

LUGAR: Sala de Actos de la Municipalidad Provincial de Coronel Portillo (4to piso)

FECHA: 19, 20 Y 21 de setiembre
HORA: 4.30pm
OBJETIVOS
- Explicar en qué consisten las exoneraciones, los incentivos y los beneficios tributarios para la Amazonía y cuáles son sus repercusiones económicas y sociales para la población, especialmente los grupos que viven en pobreza, las comunidades indígenas y los jóvenes.
- Reunir a expertos, técnicos y personalidades con experiencia en los temas planteados, para intercambiar argumentos acerca de las actuales posibilidades de desarrollo para la región Ucayali y otras alternativas latentes, teniendo como eje el debate sobre la viabilidad y efectividad de la normatividad existente.
- Dar a conocer las posiciones y conclusiones del evento a través de una publicación virtual que sirvan como material de referencia permanente acerca del tema y como instrumento para dar continuidad al debate.
DIA 1 (19 set)
- ¿Por qué la Amazonía necesita un tratamiento diferenciado para su desarrollo?: Juan Palomino Ochoa
- Explicación de la Ley de Promoción de Inversión en la Amazonia y otros incentivos: Manuel Poblete (Cámara de Comercio de Ucayali)

MESA REDONDA: Impactos sociales y económicos de la política económica para la región amazónica, en particular para comunidades indígenas y población rural
- Walter Pasache (Cámara de Comercio de Ucayali)
- Jorge Soria (Presidente de la Organización de Jóvenes Indígenas de la Región Ucayali)
- Maget Velásquez(Coordinador regional del CAAAP)

DIA 2 (20 set)
- Comparación de otras experiencias en países Amazónicos: Ecuador, Brasil, Bolivia, Venezuela, Colombia: Luis Álvarez (IIAP)
- Alternativas y Estrategias a los Incentivos Tributarios como medio para el Desarrollo: Luis Correa (organización interuniversitaria Proyecto Coherencia) y Roger Rumrill (Investigador)

MESA REDONDA:
Ventajas y desventajas de la normatividad y las exoneraciones para la Ucayali, por sector:
- Comercio, Industria y Turismo: Alex Chiu (Gerente General de Chiu Hermanos S.R.L.)
- Forestal: Raúl Vásquez (Administrador Técnico de Forestal y Fauna Silvestre del INRENA)
- Salud, Educación y servicios básicos: Sonia Ríos Córdova (Mesa de Concertación para la Lucha Contra la Pobreza)

DIA 3 (21 set)
- Las Movilizaciones Sociales en la región: Del Pucallpazo al Ucayalazo: Luis Vivanco Pimentel (Periodista)
- Evolución histórica de los beneficios para la Amazonía Peruana: Héctor Vargas Haya (ex diputado, creador de la Ley 15600)

MESA REDONDA:
El rol que deben cumplir el Estado, los empresarios y la sociedad civil en el marco de la Ley de Inversión en la Amazonia y otros aspectos para su desarrollo.
- Walter Pasache (Cámara de Comercio de Ucayali)
- MEF: por confirmar
- Representante del Gobierno Regional de Ucayali.
- Rómulo Coronado (Frente de Defensa de Ucayali)
Modera: Indira Ursia (Regidora de la MPCP)

30 agosto 2007

Cascos calurosos

La moto es el principal medio de transporte urbano en la selva peruana (como en varias otras provincias). Recién ahora se trató de exigir el uso de cascos en Pucallpa. En Iquitos el intento también fue fallido.

Las motocicletas son parte del paisaje urbano en las ciudades amazónicas: Tarapoto, Iquitos, Yurimaguas, Pucallpa, Tingo María, Puerto Maldonado... en todas ellas hay motos en sinnúmero de modelos y tamaños; para pistas, chacras, cross, todo terreno. A los jóvenes lugareños les encanta el motocross, tienen pegadas en las paredes de sus cuartos la foto del último modelo que sueñan comprar o al menos conducir alguna vez. El calor, los pocos caminos asfaltados y los costos más bararos, de las motos y su combustible, son factores que entusiasman su uso. Por estos sitios es tan común la moto (y su comercialización tan lucrativa) que la marca Honda ha anunciado para este año la apertura de una fábrica en Iquitos.

Hasta hace unos meses, aquí en Pucallpa nadie se ponía, a pesar que el Reglamento Nacional de Tránsito así lo establece:

Artículo 105º.- El conductor y el pasajero de una motocicleta o cualquier
otro tipo de ciclomotor, deben usar casco protector autorizado. El conductor además debe usar anteojos protectores cuando el casco no tenga protector cortaviento o el vehículo carezca de parabrisas.
Hasta que al jefe de tránsito de la policíade Pucallpa se le ocurrió obligar a todos, de repente, a ponerse casco. Y el tema causó debate... en parte porque la gente se resiste a dejar la comodidad de andar con la cabeza descubierta, con el viento fresco rozando el pelo y los cachetes. No es sencillo acostumbrarse a un objeto como ese en la cabeza, bajo el sol sofocante.

Pero se fueron inventando nuevos pretextos con tal de no usar cascos. Uno es que quita visibilidad a los costados. Otro que la delincuencia aumentará porque el casco es una herramienta de camuflaje. O que es incómodo cargarlo al bajarse de la moto. Respecto al primero, los cascos proveen una visión periférica de entre 200 y 220 grados, cuando la gran mayoría de accidentes se dan en un rango de 160 aproximadamente. En otras palabras, la mayoría de accidentes se dan cuando uno está viendo al frente. En segundo lugar, no se puede culpar a una solución de seguridad vial por un problema de seguridad ciudadana, como la delincuencia; si bien es cierto que los robamotos (como los llaman aquí) podrían camuflarse en los cascos, es responsabilidad de la DININCRI o cualquier otra dirección competente combatir y reducir el crimen organizado. En todo caso, las distintas instancias de la policía deberían coordinar, mas no reducir la seguridad vial a costa de lo que no pueden cumplir los demás policías.

Sobre la incomodidad de llevar el casco al estacionarse, creo que la respuesta encierra la decisión que personalmente debería dar cada uno a este debate: al ser responsable de su vida, elige qué es lo que prioriza, si la seguridad o la comodidad.

La opinión pública no es ingenua y vio incoherente la campaña de seguridad entonces realizada por la policía, porque no atacaba el problema de los accidentes de manera integral. Para empezar, se exigía el uso obligatorio del casco únicamente al conductor, mas no al acompañante. Tampoco se ejercía la misma presión para otras medidas de control como la velocidad, la cantidad de pasajeros sobre una moto o el consumo de alcohol. En la Municipalidad, los tramitadores consiguen licencias con cierta facilidad, en menos tiempo y sin exámenes. El problema de fondo, no solucionado, es una pobre educación vial: las normas de tránsito son de adorno y la seguridad es subestimada. Mientras tanto, en la prensa local se leen afirmaciones absurdas; como una que dice que con el casco "se busca reducir la cantidad de accidentes que ocurren a diario en la ciudad de Pucallpa". Es como confundir freno con espejo.

Los cascos tienen varios tipos y especificaciones técnicas (ver infografía), pero el reglamento peruano no las delimita y las Municipalidades tampoco lo hacen. Uno puede usar una caja de cartón rellena de esponja, ponérsela en la cabeza, unos lentes de sol, y pasa piola. Al parecer no hay especialistas que se encarguen de estas cosas. Me han contado de alguien que al ser detenido por un policía, compró un casco a un ambulante que estaba a unos metros y lo aplastó con sus manos hasta romperlo. "¿Quiere que esto se meta en mi cabeza si me accidento?", le preguntó al policía, sin evitar la papeleta. Casos como este desestiman la seguridad que nos da un casco y hace pensar a la población, además de lo antes mencionado, que es un gasto inutil. Sería oportuno que se elaboren cascos más acordes al clima amazónico y a la economía local. También lo sería que incluyan las condiciones mímimas que debería tener un casco para proteger nuestra cabeza.

En Puerto Maldonado el uso del casco sí está generalizado, pero en Iquitos el intento de imponer su uso fue vano. La policía cedió ante la negligencia de los conductores y la ley se volvió letra muerta. En Yurimaguas y Tarapoto lo es desde siempre. En Pucallpa, similar. La población empezó a especular sobre un presunto conflicto de intereses del jefe de tránsito de la policía, por estar involucrado en la venta de cascos, mientras tanto, la fecha límite para hacer su uso obligatorio se fue dilatando hasta el infinito. Como colofón, la Municipalidad Provincial de Coronel Portillo dejó sin efecto la obligatoriedad del casco. ¿Cuál es la situación actual? La mayoría de gente que entonces compró cascos ahora ni los usa. La educación vial y el cumplimiento de las reglas de tránsito son pura finta, como antes. Los tramitadores siguen en la puerta de la Municipalidad. La policía está más desprestigiada de lo que ya estaba. Y yo no ando sin licencia de conducir.



MAS INFORMACIÓN:
Reportaje: La seguridad de los cascos

23 agosto 2007

Desde el epicentro equivocado, apuntes sobre el terremoto en Ica

Las primeras noticias del terremoto dieron como epicentro a Pucallpa, a pesar que el verdadero corazón del sismo fue al otro extremo del país, en las costas de Ica. A mi me cogió terminando una actividad con jóvenes de varias organizaciones, en un pequeño salón donde habremos estado casi veinte personas. Como se acostumbra, nos estaban sirviendo gasesosas y galletas. Era la gaseosa más caliente que había tomado. Aquí dejas quince minutos el líquido al sol y entra en proceso de evaporación. Nuestras miradas comentaban en secreto la bebida, cuando sentí que mi cuerpo y mi silla se movían en un vaivén tenue pero larguísimo. Para ese momento alguien ya había lanzado una broma sobre la gasesosa y reíamos distraídos. Hasta que Shankar, apoyado en la pared, rompió el hielo y dijo, No se preocupen que yo la aguanto, y recién despertamos al temblor. En el fondo (no comento esto sin cierta verguenza) muchos pensámos que la gaseosa caliente nos estaba mareando. Pude confirmar luego, al conversar con otras personas más, como mi mamá, que la supuesta mareación fue común por aquí, hasta le echaron la culpa al colesterol por el temblorcito.


Cuando llegué a mi casa apliqué lo que todo comunicador peruano, de academia o empírico, hace en casos como éste: Me conecté al messenger, entré a la página de El Comercio mientras googleaba con las palabras "sismo perú", prendí RPP en la radio de mi celular y los noticieros del televisor a un volumen prudente. Empezaba a notar la confusión del Perú entero cuando me llamó a mi celular Adrie, desde Arequipa (sí, mi celular recibió una llamada e hizo otra, ambas con preocupación, pero ninguna con Lima), preguntándome si estaba bien porque el cable había anunciado el epicentro en Pucallpa. Me extrañé. Tremenda equivocación. Mis amigos en el msg me narraban desde Lima el susto de sus vidas y huevon que tal ajuste, ¿hasta allá se sintió? pero ni cagando tan fuerte, acá se movía tanto que no se podía salir, la que te perdiste, varias lunas se rompieron, hasta el cielo se prendió. Después los titulares fueron confirmando el resto: el mar de Pisco, casi ocho grados, Alan subestimando el terremoto, cuidado que se viene el tsunami... y la historia que no vale la pena describir una vez más, para eso tenemos la televisión.

El último temblor importante que hubo en Pucallpa, hasta esta tarde de agosto, fue el 25 de setiembre de 2005. Entonces yo vivía en Lima y recuerdo haber conversado con mi familia bastante extrañado (la misma extrañeza ante la llamada de Adrie), por haberse sentido el movimiento en dos ciudades tan alejadas. Me dejé llevar por la intuición y supuse lo correcto: en algún lugar del Perú, entre la selva y la costa, posiblemente en los andes, el fenómeno debe haber sido peor. El sismo en San Martín, ceja de selva en el norte peruano, dejó cinco muertos, 400 casas destruídas y más de dos mil damnificados. De este hecho hace solamente dos años. Hace una semana, el 15 de agosto, temí otra vez lo peor. Estuve prácticamente convencido que si el sismo había tenido presencia en Lima y Pucallpa, sin ser el epicentro en ninguna, entonces alguna población intermedia debía estar sufriendo una verdadera desgracia. Un amigo en el msg me respondió una frase que a estas alturas era casi una plegaria: ojalá que no. ¿Cómo es posible, pues, que a tres horas del sismo, Alan García se atreva a especular que "afortunadamente no ha traído una catástrofe con un inmenso número de víctimas como sería previsible"?

(Una semana antes del sismo en San Martín, coincidentemente había dejado de trabajar para INDECI. Tal es así, que mis excompañeros decían que me había llevado conmigo la buena racha. El Jefe de la institución era Juan Luis Podestá, un contralmirante en retiro de rostro rígido y pocas palabras, que transmitía autoridad además de un alto apego hacia la efectividad. A la llegada del gobierno aprista fue removido para que ingrese el coronel Luis Palomino. He conversado recientemente con amigos que trabajaron con Juan Luis Podestá y coinciden que su gestión del desastre hubiera sido otra, por razones tan condundentes como la experiencia en el cargo, las relaciones alcanzadas a nivel internacional, su orientación a los daminificados, capacidad de mando, etc. Es cierto, INDECI, y más precisamente el Sistema Nacional de Defensa Civil, tiene problemas institucionales y burocráticos, especialmente en lo que a prevención, manejo de información y liderazgos locales se refiere, pero Juan Luis Podestá lo advirtió en el 2004. En situaciones como esta salta a la vista que los cambios arbitrarios de funcionarios por motivo políticos pueden llegar a cercenar años de aprendizaje y continuidad, especialmente en un tema de tanta vulnerabilidad y que requiere la mayor especialización.)

En la selva peruana la naturaleza nos da duro. En diciembre del año pasado, el río Huallaga se desbordó desde Tingo María hasta Tocache, aunque sus efectos alcanzaron parte de Junín y Huancavelica. En total hubo cinco muertos y más de cinco mil damnificados. Muchos peruanos, recién a partir del terremoto en Pisco, nos damos cuenta de la dolorosa connotación de la palabra damnificado. Por si caben dudas, UNICEF nos ilustra. Damnificado: Persona afectada por un desastre, que ha sufrido daño o perjuicio en sus bienes, en cuyo caso generalmente ha quedado ella y su familia sin alojamiento o vivienda. Muertos y damnificados, sean cinco o quinientos, cinco mil o diecisiete mil, son una tragedia nacional, una catástrofe, un duelo. Al no prevenir, los peruanos (Estado, empresarios, organizaciones, medios de comunicación) hemos demostrado desdén a las personas que han sufrido los embistes y revolcones de estos desastres en los últimos años, porque su ejemplo no ha servido siquiera para eso, para sensibilizarnos. Sumadas a las pérdidas humanas, estas personas pierden negocios o cultivos, quedan enfermas o traumadas irremediablemente, y encima reciben dos castigos más, como si se tuvieran la culpa: la indiferencia y la incertidumbre. Ha tenido que pasar un terremoto de consecuencias descomunales para reaccionar. (A propósito, también podemos leer Defensa Civil ¿tarea de todos? en el editorial de ayer de Perú 21.)

Ha sido justamente reconocida la solidaridad de los peruanos que han entregado donaciones, esfuerzo y tiempo, puntos blancos en medio de politiquerías e insensateces. Yo hago una mención especial a los jóvenes de Lima y sus organizaciones. Pero tengo que hacer también algunas distinciones coyunturales. Ayer con unos amigos, alrededor de unas cervezas, pregunté si la respuesta hubiera sido la misma si el terremoto hubiera sucedido acá en la selva. No. ¿Por qué? Pueden ser varias las razones aludidas. En Lima sintieron el terremoto como suyo, por el temblor y el susto, entonces han sido presa de una profunda sensibilidad. Superadas las primeras dificultades, el acceso a la zona de desastre en Ica es relativamente viable en comparación a otros lugares de nuestro teritorrio, donde la movilización de los medios hubiera sido más limitada, sobre todo si de la selva se trata, ¿a ver si pasa algo en Atalaya o Yurimaguas? Lima es el centralismo (imaginado y tangible a la vez); Ica no está lejos de sus fronteras, está en sus márgenes, comparte la costa. ¿Y el resto de Perú? El Estado, los empresarios, las comunicaciones, las organizaciones humanitarias y la tercera parte de los ciudadanos dispuestos a ayudar están en Lima. Tan grave es el problema que las autoridades regionales y municipales de Ica, jefes de Defensa Civil en su zona, brillaron por su falta de capacidades. Si la capital no se moviliza, los esfuerzos de las demás provincias son insuficientes. Mientras tanto, la selva peligra también de incertidumbre e indiferencia, pero con el agregado de la deforestación y los cambios climáticos. Después no digan que no se advirtió.
A PROPOSITO DEL CENTRALISMO RECOMIENDO ESTE POST:

22 julio 2007

El subconciente sale a flote

Miedo y rebeldía fueron mis verdugos esa noche. La crónica de mi más reciente toma de ayahuasca.

Durante los días de la huelga general indefinida de junio, aquí en Pucallpa, mi abuelo se quedó varado en la ciudad al cancelarse todos los vuelos. Por esos días nos visitaba para el cumpleaños de mi abuela, Soronjita. Él vive mucho más al norte del mapa, a cuatro horas de Iquitos surcando el Amazonas, en un poblado que se llama Tamshiyacu. Allá tiene dos albergues-clínicas que atienden a viajeros en busca de tratamiento medicinal con plantas y ayahuasca, una liana tradicional amazónica con propiedades curativas y alucinógenas. Dadas las cincunstancias (la inactividad, el silencio, la comunión, el aburrimiento), sintió las condiciones para hacer una ceremonia de ayahuasca en la casa. Invitó a todos los miembros de la familia que nos sintiéramos preparados, con ánimo; a los tres turistas que lo acompañaban desde Iquitos, dos alemanas y un austríaco que eran sus aprendices de entonces; a un amigo periodista que llegó a mi casa de vacaciones y termino como corresponsal provincial; y a unos cuantos amigos que se aparecieron a saludar durante la víspera.

Mi abuelo, Agustín Rivas, se inició el ayahuasca hace más de treinta años. Convertido en Shaman, es ahora un reconocido Muraya -entre los mestizos llaman así a los maestros ayahuasqueros de rango elevado. Es uno de los casos, como el del pintor Pablo Amaringo, en que la caza de inspiración lo llevó a forzar su conciencia y a inesperados destinos espirituales. Su pasión de entonces era esculpir, en enormes piezas de madera renaco, la naturaleza, las costumbres y -más adelante- la mitología de la selva. Entre la cura de alguna enfermedad pasajera y el apremio por nuevas sensaciones llegó, a finales de los años 60s, donde un curandero shipibo que lo adentró en el misticismo del ayahuasca y la medicina natural. Varios centros ceremoniales y albergues de sanación tuvo luego en las afueras Pucallpa, antes de emigrar a Tamshiyacu a principios de los 90s, donde levantó lo que él denomina "su paraíso personal", un lugar llamado Yushintayta, padre del alma. Entre sus pacientes le dicen con cariño Don Agustín. Con él he tomado ayahuasca decenas de veces desde los seis años de edad, con excepción de una oportunidad en que lo hice con mi tío Agustín, su hijo y heredero espiritual.


Mi abuelo, don Agustín, en la portada de su disco de música ceremonial

La noche del sábado a la que mi abuelo nos había citado eramos poco más de doce los sentados en semicírculo en la salita del primer piso. Al frente nuestro, en medio de una esquina, entre la puerta y la columna central, la mesa del comedor estaba convertida en altar. Detrás de ella, casi pegado a la pared, al lado de un amplio espejo de medio cuerpo, mi abuelo vestía túnica y llevaba el pelo largo y suelto. Por casi una hora nos explicó las bondades del momento (la primera vez de muchos) y la cosmovisión que ha adquirido con el pasar de los años. Entonces, fue llamando a los invitados en grupos de tres y les sirvió el brebaje en una pequeña copa de la que bebieron. A mí me dio una dósis pequeña, porque al día siguiente tenía que trabajar muy temprano. Por ser el último, tomó conmigo. El fuerte amargor del palo seco que se impregnó por varios minutos en mi lengua y aliento me era familiar. Apagaron las luces. Me recosté en mi asiento y me relajé, demasiado seguro de mi relación con la medicina. De ahí surge mi primera hipótesis: mucha confianza, casi presunción de mi parte, pudo ser percibida como una afrenta por ella.

Con los años he fundado algunas premisas sobre el ayahuasca. Primero, no temerle. La gran mayoría de fenómenos que ocurren durante el trance provienen de nosotros mismos: la energía, que recopilamos con el pasar de nuestros años en forma de sensaciones, presentimientos, razones, ideas, sentimientos y tantas otras manifestaciones que inclusive pueden no recibir un nombre en nuestra cultura. Todo se condensa en nuestro cuerpo y espíritu (la resaca de todo lo sufrido, empozada en el alma, introduce Vallejo). Esta "carga" produce una "descarga" gracias el ayahuasca. Tomando en cuenta de donde provienen sus efectos, el temor al ayahuasca significa el temor a nosotros mismos, partículas del Universo. Es erupción de visiones extraordinarias, sin un orden más que el dado por la naturaleza, representada en la Madre ayahuasca. Esto me trae a mi segunda norma. Es imposible domar a la Madre ayahuasca. Ella tiene el poder; lo único que nos salva de perdernos en el limbo que llevamos dentro es dejarnos llevar a través de los territorios, en ocasiones celestiales y en otras infernales, por donde ella nos encamina durante la mareación. Del matrimonio entre la Madre ayahuasca y nuestro (in)conciente, individual y colectivo, se originan conversaciones muy lúcidas y fricciones ininteligibles. Llegado el momento, ambos son un sólo ente que nos maneja con responsable demencia. En el trance, las decisiones de nuestra(s) conciencia(s) las toma la Madre ayahuasca. Pero las decisiones de la Madre ayahuasca son producto de nuestra memoria e imaginación.

La primera experiencia que compartimos en aquella ceremonia fue nombrada por nuestro amigo austríaco como la regresión al estado embionario de mi primo Julio Agustín. El muchacho de veinte años serpenteó por todo el suelo del salón, mientras gimoteaba por algún deseo inconfeso. Mis sentidos, mi percepción y mis juicios ya estaban empezando a distorcionarse. Veía en Julio un engreimiento exagerado y varios demonios que el ayahuasca me ha prohibido difundir. Su actuar se volvió incontrolable, por lo que mi abuelo pidió que prendamos el fluorescente; una situación inédita para mí. Con mis ojos ya bastante sensibles a la luz, vi como trataban de controlarlo mi tía, mi abuela y mi hermana, que estaban de expectadoras. Tal fue la precupación, que el Shaman expresó, con fatidio, Este ya lo malogró todo, justo cuando Julio abrazó su pierna y le mordió el zapato. Se acurrucó en el suelo junto a su abuelo y empezó a calmarse definitivamente. Apagamos la luz cuando las personas ya habían empezado a expresar molestia y breves quejas. Según nuestro amigo austríaco, fue entonces cuando empezó mi despegue.

En su prólogo a Las Enseñanzas de Don Juan, Octavio Paz propone que "la acción de los alucinógenos (tomados con disciplina física y espritual) es doble: son una crítica a la realidad y nos proponen otra realidad (...) La visión de la otra realidad reposa sobre las ruinas de esta realidad". Un medio, un canal, entre nuestros varios mundos. Las realidades aparecen en la mente como diversos estados de conciencia, que despiertan con el ayahuasca. El subconciente se abre. De algún modo, el ideal del psicoanálisis se estaciona en estas visiones. El subconciente deja de existir como tal, saliendo a flote, repartiendose en la mente y los sentidos. El caos del mundo se clasifica nuevamente bajo distintos criterios y realidades que coexisten durante las cuatro horas de ritual. Damos vuelta a la perspectiva desde la que observamos nuestro mundo, para aprehender lo que somos, tenemos, hacemos, deseamos y creemos, de otra manera. Por única vez en nuestras vidas, podemos comparar sueño y vigilia en un mismo plano: cotejar la realidad.

Julio y yo eramos los únicos nietos del Shaman, presentes, que bebíamos ayahuasca esa noche. Se activó lo que ahora interpreto como los vasos comunicantes que silenciosos e imperceptibles me enlazaban a él. Mientras él bajaba de su trance, yo empecé a subir, en una especie de guión muy bien sincronizado. El engreimiento absoluto que observé en él ahora lo sentía propio, despierto en una de las realidades que se superponían a mi presencia en la sala de mi casa. Con él vinieron también los demonios y los miedos. Mi cuerpo temblaba y mis brazos se levantaron sin que los pudiese dominar, a pesar que insistía en resistirme. Miedo y rebeldía. Como un adolescente que no aprende de las experiencias, incumplí las premisas que yo mismo me había propuesto. En castigo, mi cuerpo se sacudía y mi voz se deformaba en bramidos, a los cuales creo que intentaba dar ciertos tonos musicales. Por instantes despertaba para pedir que las mujeres canten con el Shaman. Buscaba sosiego. Llamé a mi hermana, la abracé y sollocé. Descendí por un instante al territorio de los mortales y me lancé hacia el segundo piso, tratando de encontrar descanso; pero fue inútil. Caí en la habitación de mis padres y me eché en su cama, donde me revolvía y, por momentos, convulsionaba. No se quiere ir... que termine ya, exclamaba, al tiempo que las fuertes arcadas me empujaban al borde de la cama. Quería expulsar la medicina del interior de mi cuerpo. Me sentí exorcizado. Tenía un yo que quería detenerlo todo, cuando mis yos emergentes se rebelaban. Bajé nuevamente el salón con ayuda de los turistas que llegaron con mi abuelo. Seguía muy mareado, mientras que al resto de personas ya les estaba pasando elefecto. Estaban cantando. A un señor le subió la presión, pero mi abuelo lo controló con ayuda de la familia. Yo aún no conseguía unir mis existencias a una sola realidad. Quería estar lejos de la gente. Me fui a dormir.

La resaca espiritual aún la siento a manera de penetrantes confusiones y graves certezas. Es como querer salir de una adolescencia tardía o quitarme los rezagos de ella. Este viaje fue quizás una de las peores sensaciones de mi vida, aunque sus consecuencias psíquicas y sociales recién las estoy decifrando. Como he dicho antes, en la mareación la Madre ayahuasca me prohibió, imperativamente, contar los detalles sobre varias visiones y mensajes, quizás poniendo a prueba una nueva rebeldía de mi parte. Con el tiempo, he ido reconociendo otros pedidos del ayahuasca, como el de obtener la paciencia de los árboles. Se me viene a la cabeza una hermosa frase de Miguel Angel Asturias. Son el alma sin edad de las piedras y la tierra sin vejez de los campos. Veo a mi abuelo Shaman en esas palabras, a la Madre ayahuasca por encima de la historia, a la memoria que prescinde del tiempo y la imaginación que encuentra un lugar en el espacio.

09 julio 2007

Del Pucallpazo al Ucayalazo

reflexiones ante las cenizas (todavía encendidas) de una huelga de nunca acabar

A la huelga que paralizó Ucayali por 10 días, algunos medios de comunicación locales la llamaron con un nombre que se mece entre la tradición y la reivindicación, la nostalgia y la euforia, la historia y su recurrencia: Ucayalazo 2007. Sus antecedentes, los Pucallpazos de los 80s, cuando la provincia de Coronel Portillo trataba de consolidarse como el departamento de Ucayali, comparten demasiadas características con las movilizaciones de este año: un Frente de Defensa operador de una Asamblea Popular, un extenso pliego de reclamos con puntos de lo más dispersos y sin especificaciones técnicas, una población completamente paralizada con piquetes y ollas comunes en las calles, etc. Tal es el fantasma de los Pucallpazos en los acontecimientos actuales y su discurso, que muchos de los personajes importantes de los Pucallpazos, entre ellos su principal dirigente, siguen con una presencia activa en el Ucayalazo de estos tiempos, casi 30 años después. Los Pucallpazos y el Ucayalazo no son asuntos aislados el uno del otro, son parte de una misma línea de vida. Como bien coinciden Carlos Reyna y Mirko Lauer, este y tantos otros conflictos sociales del Perú vienen de hace más de 20 años.

Ucayalazo 2007 evoca a Alemania 2006, Foro Social 2004, Seúl 88, Woodstock 69. Sugiere un evento reiterativo, que se repite cada cierta numero de años. El nombre me suena absurdo para una movilización de este tipo, aunque no soy indiferente a su intensa connotación histórica y social. Por momentos me hace pensar en una herida sin cicatrizar, una enfermedad mal curada, un círculo que no se termina de cerrar. El Pucallpazo y el Ucayalazo son una institución cíclica en este zona de la selva, que regresa (implosiona) cada cierto tiempo para recordarnos que la Amazonia peruana precisa de un tratamiento especial muy bien pensado y gestionado, que el centralismo es tan exacerbado y la ausencia de Estado tan notoria que es sentida como un olvido, que Pucallpa es la barriada más grande de la Amazonia y desde hace décadas espera su puerto y su carretera que todos los gobiernos prometen, que las selva está siendo devorada por la industria forestal mal controlada y las terribles condiciones ofrecidas a los agricultores, pero principalmente nos recuerda que la pobreza y la ignorancia son intransigentes y vehementes. Pero no podemos echar la culpa de todos los males al gobierno central. Por ejemplo, el subcentralismo en Ucayali (concentración de poder y recursos en Pucallpa) es culpa de los pucallpinos, no de los limeños, y esa es una de las causas de que pueblos como Purús estén tan desconectados del Perú que quieran volverse brasileros.

mapa de Ucayali

El Ucayalazo derivado de los Pucallpazos es una fórmula arrastrada ante la falta de nuevas estrategías políticas y rostros dirigenciales que pongan en práctica ante el Estado y la ciudadanía métodos para el reclamo más acordes a nuestros tiempos: con un fajo de propuestas técnicas que incrementen el poder de negociación ante el Ejecutivo, haciendo movilizaciones más creativas que no disparen contra el trabajo y los quehaceres cotidianos de los ucayalinos y que no atenten contra la infraestructura de la ciudad y la propiedad privada, y que no dejen sin estudiar a los niños y adolescentes que ninguna culpa tienen de tanto alboroto (es inaceptable verlos desfilar sin entender la naturaleza del suceso, convirtiéndose en varias oportunidades en operadores del vandalismo). No hacernos daño a nosotros mismos es la medida más inteligente. Debo advertir que si uno de los objetivos de las exoneraciones para la Amazonía es atraer inversiones, muchas de ellas extranjeras, huelgas como la iniciada el 26 de junio y la anunciada para el 16 de julio sirven, por el contrario, para ahuyentarlas por la inestabilidad política y social que representan.

En el tema de las exoneraciones e incentivos tributarios para la Amazonia, principal móvil de este Ucayalazo, hay un asunto que es poco discutido en los espacios formales: la ética. Algunos mencionan que los 97 millones de soles que recibirá Ucayali a cambio de la eliminación de algunos de estos beneficios serán víctima de la corrupción e incluso llegan a decir que el actual presidente regional, Jorge Velásquez Portocarrero, tiene un hambre descontrolado por recibir su tajada. Otros hablan del contrabando, la evasión tibutaria y la mínima responsabilidad social de los empresarios que incrementan sus ganancias gracias a la Ley de Promoción de Inversión en la Amazonía, lo que, según esta posición, ha causado inequidad pues sirve para que unos pocos se hagan ricos. Entonces, el telón de fondo del debate parece ser quién se tira la plata. Pero basta darnos cuenta que ambos, el contrabando y la corrupción, coexisten, se complementan y se necesitan para sobrevivir, concluyendo que Ucayali no se desarrollará si no se corta esta situación de raíz. Se requiere lo contrario, medidas suficientes y efectivas de fiscalización, control y promoción por parte del Estado, empresarios (no empresaurios como me diría mi amigo Carlos Zapata) que, sin perder un centavo, tomen en cuenta que los incentivos son para el desarrollo de la región y, por lo tanto, para asegurar el bienestar de sus trabajadores y del medio ambiente.

Nunca he estado en favor de esta huelga, aunque mi entendimiento sobre los motivos que la provocaron se ha ampliado durante su transcurso. Antes de salir a pelear contra el Estado nacional, como si fuese nuestro enemigo, deberíamos luchar contra la ignorancia, es decir, difundir información altamente digerible (un reto a la comunicación) sobre la problemática de las exoneraciones, los incentivos y beneficios tributarios para la Amazonia, para una mayor comprensión y convicción de los actores involucrados. Ha sido muy común encontrarse en la calle con gente que no tenía idea de por qué reclamaba, dejándose llevar por la euforia y los argumentos a veces bastante limitados de los dirigentes. En relación a lo anterior, creo que el tratamiento especial para la Amazonia debe ser revisado en su totalidad, sin medidas repentinas y en muchos casos alejadas de la realidad amazonica que vienen desde Lima, ni bajo el chauvinismo cerrado e improductivo en que puede convertirse un trabajo improvisado desde Ucayali. Para esto es necesario que en el oriente peruano contemos con más expertos que puedan debatir el asunto y consigan soluciones y propuestas. Para alcanzar esta meta, reitero, es cuestión de prepararnos sacrificadamente. En las nuevas generaciones de dirigentes está latente este desafío, que es a la vez una apuesta.

04 julio 2007

A los que me visitan

El nombre "Tormenta Regional" es propiedad intelectual de mi padre, Luis Monard, quien lo utilizaba como título en un programa de televisión con información y opiniones sobre la actualidad local, nacional, mundial y eventualmente sobrenatural (preguntar por su suegro). Dado que el mencionado programa ya no existe, llamar así a este blog representa un encuentro generacional y un homenaje a las ideas que se expresaban en aquel espacio. Que no sorprenda que en ocasiones sean sus palabras las que nos adornen.

Podría explicarles en esta oportunidad que las tormentas son musicales, relajantes, amorosas, divertidas, caprichosas, cizañeras, olorosas, curativas, cautivantes . O que la región en la que vivo alberga 14 familias linguísticas, todas indígenas, más el castellano, o que Amazónía es el área más grande del Perú, o que la selva es verde y sus sueños dorados, o que levantas una mano y encuentras una fruta, que bajas la otra y sacas un pescado, o repetirles hasta el hartazgo que los zancudos no creen en nadie. Pero no les voy a explicar nada de eso ahora. Mejor me leen para poder ir conociendo juntos lo que pasa en la selva, si es que lo creen importante. Y si no lo creen pero igual me leen, me sentiré todavía más halagado.